Vivimos en un mundo tremendamente ruidoso y activo que no deja espacio para cuestionar o reflexionar, pero sobre todo para ser.
Largos horarios de trabajo, dependencia del móvil, responsabilidades y otras actividades que nos mantienen permanentemente activos física o mentalmente, pues la actividad más frenética a la que nos enfrentamos es la que tiene lugar en nuestra propia mente.
No estamos acostumbrados a disfrutar del silencio, de la compañía de nuestro yo interior. Solo tenemos que observar algún momento que nos surge de inactividad, para comprobar con qué rapidez buscamos algo que hacer o alguien con quién estar para evitar la sensación de vacío.
Por otra parte, la “inactividad”, por ejemplo cuando no tenemos un trabajo, en un momento de nuestra vida, está mal visto en la sociedad.
Si no llevamos el ritmo de trabajo, estudios, relaciones sociales o sentimentales estipulado, nos etiquetan de vagos, raros, irresponsables, antisociales o fracasados. Estas etiquetas no solo vienen de otras personas de nuestro entorno o no, sino que nosotros mismos nos sentimos culpables por no seguir el ritmo marcado.
Pero al contrario de lo que creemos, los momentos de inactividad que la vida nos ofrece, son los más fructuosos a nivel personal, y la riqueza que podamos sacar de estos, se reflejará más tarde en cualquier ámbito.
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Mi vida era tan activa y ruidosa como la de cualquier otra persona. Siempre tenía algo que hacer: trabajo, amigos, actividades, etc. Y si no tenía plan, buscaba aquí y allá hasta ocupar el espacio de soledad. Por otra parte, mi mente no paraba de parlotear, analizar, imaginar. Saltaba de un pensamiento a otro, me perdía en ellos, así que vivía ausente del presente.
Sí, yo también evitaba estar conmigo misma, imagino que inconscientemente tenía miedo de escucharme, de sentirme, de ver más de lo que estaba preparada.
En el verano del 2010, el universo se encargó de crear las circunstancias adecuadas para quedar inmovilizada sin excusas, sin evasiones. Había pasado toda la vida moviéndome al ritmo que marcaba la sociedad y huyendo de mis propios fantasmas, por lo que el silencio de mi aislamiento me mataba.
En aquel momento me sentía rota, me encontraba sumida en un pozo aparentemente sin salida…
Pero entonces sucedió, se presentó el silencio como el más grande de los maestros para enseñarme paciencia y confianza.
Me susurró las respuestas que necesitaba, me mostró el camino hacia mi verdadera valía y con él aprendí a escuchar la voz de mi alma.
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Evidentemente el silencio del que hablo es el silencio interior.
Aunque externamente es importante también crear un ambiente de relajación, es yendo hacia dentro de nuestro ser que encontraremos el verdadero silencio, después de calmar los pensamientos.
Con el silencio la mente deja de divagar, las emociones negativas se serenan, la fuerza hace presencia y el alma se expresa para guiarnos poderosamente hacia lo mejor. Él nos trae las respuestas que necesitamos, ideas, creatividad y autoconocimiento, por lo tanto, sabiduría.
El silencio interior es el gran maestro al que nunca hay que dejar de escuchar, pero para llegar hasta él, primero debemos soltar la actividad externa, después acallar el pensamiento a través de ejercicios de respiración consciente, un paseo por la naturaleza o una pequeña meditación, cada cual tiene sus preferencias.
Tengamos más o menos práctica con el trabajo personal, es necesario para cualquier individuo que quiera mantener el bienestar, buscar momentos de quietud a lo largo del día.
Temprano por la mañana o por la noche antes de dormir para salir de la actividad y conectar con nuestro yo más real, para recobrar el aliento perdido entre tanta información negativa, responsabilidades e interacción, para recobrar el equilibrio que cada día se ve afectado por las circunstancias.
Como bien dice mi libro, el silencio, es el camino a la sabiduría, siempre que lo escuchemos con el corazón y no con la mente condicionada.
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EJERCICIO
Realiza diariamente un pequeño retiro a un rincón tranquilo donde no te puedan molestar, en casa podemos crear un pequeño espacio para este propósito también pasar tiempo en la naturaleza.
Para entrar en silencio, empieza con un pequeño ejercicio de respiración. Inhala lenta y profundamente, exhala suavemente hasta sentir que la tranquilidad entra en ti.
Después déjate llevar por el silencio, acostúmbrate a su presencia, escúchalo, siéntelo, es maravilloso.
Cuéntame si ya conoces los beneficios de practicar el silencio, o si por el contrario, has decidido empezar hoy con el ejercicio que he compartido contigo estaré encantada de leerte. No olvides que juntos crecemos, juntos abrimos nuevas posibilidades para crear la vida deseada.
Un abrazo y nos vemos pronto.
Rosana Navarro